FUERA DEL PARTIDO COLORADO LOS SECUACES DE LOS COMUNISTAS Y LOS GOLPISTAS

NI COMUNISTAS NI FASCISTAS EN LOS PARTIDOS DEMOCRÁTICOS

viernes, 13 de septiembre de 2013

EL PARTIDO COLORADO ANTE LA ENCRUCIJADA

La realidad política demuestra que el país se encuentra dividido en dos mitades. No es una novedad, porque el fenómeno lleva varios años de instaurado en los hechos. No es una ficción forzada en ningún gabinete, ni el fruto de un análisis académico. Es algo palpablemente instalado en nuestra cotidianeidad y demostrado en cada acto electoral. Una de esas mitades, que ocupa hoy el gobierno nacional y el de varios departamentos (el de Montevideo, sin ir más lejos, desde hace más de dos décadas) se constituyó como coalición y movimiento político, pero agrupa partidos de diversas ideologías, en algunos casos hasta antagónicas. Pero que se esforzaron -como estrategia electoral y propuesta dirigente- en la coincidencia de un programa común. A pesar de haberse constituido como coalición, tiene la forma y amparo legal de un lema y se comporta como una unidad. Ya tiene una historia, sus propias tradiciones e íconos. Ha generado una “mística” identificable. Es el Frente Amplio; y con esas herramientas, llegó al poder. La otra mitad, aunque no enteramente dividida o atomizada, está conformada por los dos partidos históricos y un conjunto de ciudadanos independientes cuya opinión y voto fluctúa entre los partidos fundacionales y otros que, aunque minoritarios, tienen su importancia y su homogeneidad. Con mayor o menor énfasis en determinados aspectos, no es discutible que esta mitad es demócrata, liberal, radicalmente republicana, respetuosa del estado de derecho, defensora de las instituciones, garante de la soberanía e independencia nacional y paladín de las libertades individuales. En la coalición gobernante, en cambio, además de su desapego a la democracia (que ni en lo interno la practica), se percibe un desinterés por las instituciones republicanas, se practica el avasallamiento de un poder del estado sobre los demás, el atropello de las mayorías (aunque circunstanciales) contra minorías que también lo son; tiene general aceptación el criterio de que lo político está por encima de lo jurídico (desprecio por el estado de derecho), delira con “internacionalismos” o “patrias grandes” incurriendo en prácticas de concesiones de la soberanía; desprecia las libertades y derechos individuales calificándolos de meramente formales. Un sinceramiento político requeriría -en mi opinión y la de muchos- el enfrentamiento de una coalición con otra coalición. En el caso especial de las próximas elecciones departamentales montevideanas (que de eso tratan los esfuerzos encaminados en el presente por la dirigencia de blancos y colorados) la estrategia no sólo demostraría ser la correcta desde el punto de vista electoral, a estar a lo que las propias encuestas indican, sino que brindaría una oportunidad no desdeñable de construir una alternativa de futuro muy saludable para los montevideanos. En política, es obligación de todo partido aspirar a conquistar el gobierno. Y no es suficiente elaborar el mejor programa si éste no tiene la posibilidad de obtener el respaldo ciudadano que garantice una contienda electoral equilibrada, como no lo ha habido en los últimos años en que, con “una heladera” -al decir de algún soberbio y connotado frenteamplista- la Intendencia era igualmente accesible. Coaligarse en Montevideo, para gravitar en él es -entonces- no solamente un derecho, sino un deber de los partidos de oposición. Las últimas elecciones departamentales ya demostraron -con ejemplos que por lo conocidos no vale la pena reiterar- que hay ambiente en muchos departamentos como para formalizar acuerdos extrapartidarios. Hace tan sólo un par de años, esto era muy difícil de comprender y tenía detractores entre los más connotados dirigentes blancos y colorados. Hoy, la realidad ha mudado. Blancos y Colorados están trabajando desde hace meses para que una solución legalmente válida y políticamente viable resuelva el asunto, aunque más no sea, y por ahora, en la capital. Los avances han sido significativos y el camino transitado esperanzador. La opinión pública adhiere; las soluciones jurídicas están al alcance de la mano. Faltan requisitos a cumplir aún, pero que seguramente se irán consumando. Debido a las reglas partidarias internas, la Convención Nacional de los Colorados deberá aprobar por una mayoría importante, el próximo fin de semana, el acuerdo con el Partido Nacional. A estar a las versiones de prensa, se han levantado voces contrarias a seguir el camino. Son minoritarias. Pero no por ello menos peligrosas. Ninguna de ellas ha explicado con argumentos racionales los motivos que pudieran justificar su renuencia. Antes bien, en todos los casos se ha acudido a la pasión ciega, a los discursos de barricada, a la apelación emocional, la invocación de íconos históricos: a la pobreza conceptual, en definitiva. Nadie es ni será, menos colorado que nadie, ni ninguno lo será más, por querer sumar fuerzas con otro partido para generar un programa mínimo común y facilitar el acceso al ejecutivo departamental de una alternativa que termine con un gobierno que, como el que venimos padeciendo desde hace dos décadas y media, ha resultado incapaz de resolver las más elementales cuestiones atinentes al departamento. Blancos y Colorados han debido gobernar juntos muchas veces a lo largo de la historia nacional. Lo han hecho por necesidad y también por el bien común. Voces como la de algún dirigente otrora prestigioso que no vaciló en abandonar el lema y aliarse con comunistas y socialistas en pos del gobierno nacional, resultan muy descalificadas cuando pretenden apelar a consignas pasadas de moda y dignas de poco crédito, para sostener que aliarse con herreristas es poco menos que un sacrilegio para un batllista. Llama la atención que alguien de su nivel intelectual pueda sostener tales dislates desconociendo que el propio Batlle y Ordóñez buscó alianzas fuera del lema cada vez que consideró que alguna de sus propuestas no era viable con el mero apoyo de su partido. Es increíble que se desconozca que Batlle fue ungido Presidente nada menos que gracias al voto de un connotado nacionalista (como Acevedo Díaz). Es curioso que no recuerde que su primer Ministro de Finanzas fue otra prestigiosa figura nacionalista (como Martín C. Martínez). Es insólito que no recuerde que si él mismo llegó a ocupar la cartera de Defensa bajo el gobierno del Presidente Jorge Batlle, lo fue gracias al voto de los herreristas en la segunda vuelta de las elecciones del 99. Pero más grave es que no entiendan algunos -entre otros el convencional a que vengo haciendo referencia- que lo que se está planteando es la forma de acceder al gobierno departamental y, en modo alguno una fusión. Para que la Intendencia de Montevideo provea a sus habitantes todo lo que, pese a la formidable recaudación que posee, el Frente Amplio no brinda a los desencantados ciudadanos de la capital. ¿Acaso cree que la basura se recogerá con el sobretodo de Don Pepe o el poncho blanco de Aparicio? ¿Supondrá, por ventura, que hay una forma de iluminar la ciudad, mejorar el tránsito, administrar los impuestos, cuidar los espacios públicos que diferencie tan notoriamente a blancos de colorados? ¿Será capaz de pensar honestamente que algún ciudadano común o dirigente político resigna identidad partidaria por el hecho de coaligarse para triunfar y poner en práctica un programa mínimo común tendiente a resolver los problemas que preocupan al montevideano? Que herreristas y batllistas voten juntos por un departamento más confortable, mejor administrado y al gusto de sus habitantes, no es “antihistórico” como ha llegado a sostener el convencional aludido. Lo antihistórico, trasnochado u obsoleto es levantar en el siglo XXI consignas de hace más de cien años, tendientes a dividir lo que la gente (la inmensa mayoría de la gente) quiere unir, quiere juntar, desea consolidar. El Partido Colorado se encuentra ante un cruce de caminos. Sus convencionales deben decidir entre la posibilidad de reconquistar Montevideo o resignarse a dejar, en las probadamente ineptas manos en que está, la conducción de los intereses de sus habitantes. Sabemos que mucho espacio han dedicado los medios a las discordias de la naturaleza de la aludida. Y escasa noticia se ha dado acerca de la inmensa mayoría que, siguiendo la voluntad masiva de los habitantes del departamento, procura una alternativa real y constructiva de gobierno municipal. Tenemos la certeza de que la mayoría necesaria para la aprobación de los acuerdos necesarios se logrará. Porque el partido volverá a demostrar que es capaz de estar a la altura de lo que los acontecimientos requieren. Pero, bueno es decirlo, debe actuarse con gran prudencia. Y quien no lo haga deberá cargar con la responsabilidad de haber obstaculizado el camino al futuro.- Eugenio Baroffio Abadie

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